Santa Elena, oasis para los venezolanos

La historia de Eduyin, Mayerlin, Rosa, Sheila, José Agustín, o de cualquiera de los millones de venezolanos que han dejado su patria, tiene un punto en común: buscar un mejor futuro para ellos y sus familias.
No es fácil dejar todo atrás. Es duro ser una persona que perdió todo su capital de la noche a la mañana por las medidas económicas de un presidente. Es un desarraigo, una situación difícil para quienes toman la compleja decisión de salir de su país y emprender un largo viaje que no saben dónde terminará.
Vienen de diferentes sitios de Venezuela: Valencia, Zulia, Barquisimeto, Maracay, Puerto la Cruz, Maracaibo, Caracas, Barcelona, Táchira, entre otras. Algunos buscan los sitios cercanos para asentarse, tales como Cúcuta, Santa Marta, Barranquilla, Riohacha, Cartagena y en muchas ocasiones les toca dormir en las calles y ser víctimas de maltrato por parte de algunos colombianos.
Otros deciden que Colombia es un lugar de paso, puesto que el destino final es Ecuador o Perú. Una larga travesía para quienes salen con poco dinero desde su país, puesto que, debido a la hiperinflación de Venezuela, hoy del 3.600 % un bolívar es equivalente a 48,95 pesos colombianos.

Una odisea

Salen de Venezuela por el puente internacional Simón Bolívar de Cúcuta. Cuando lo cierran, pasan por trochas, no quieren quedarse allá, debido a que no tienen condiciones de vida digna: los salarios no alcanzan, no hay alimentos, la salud se encuentra en cuidados intensivos, la economía en quiebra y pese a que muchos venezolanos tienen un alto nivel educativo, no hay sitios para trabajar.
Dejar atrás hijos, esposas, novias, madres, amigos, familiares, cultura y esperanza, no es fácil. Salen con lo poco que pueden cargar porque son conscientes que la travesía es larga y difícil.
Llegan a Cúcuta y emprenden el camino. Por lo general van en grupos, bien sean familiares, amigos o personas que se conocen en el camino. Saben que el viaje, de esta manera, es más fácil. En Colombia, sienten el apoyo sobre todo con alimentación e hidratación.
Hay grupos de colombianos que les llevan comida a los viajeros. Inician el traslado hasta Pamplona. No importan el sol o la lluvia, siguen de acuerdo con sus pasos, sus fuerzas y con el empeño de llegar a un sitio donde puedan trabajar tanto para sostenerse, como para enviar algún dinero a sus casas.
Los peligros durante el viaje son muchos. Hay quienes los invitan a “fundaciones” pero terminan siendo víctimas de trata de personas y forzados a esclavitud laboral. Algunos fueron reclutados con engaños y otros lograron huir de esta situación.
Continúan con el viaje y se enfrentan a uno de los tramos más duros del camino. El Páramo. La temperatura es baja, las viviendas y sitios para guarecerse son pocas y por esto, la gran mayoría “pide cola” es decir, un empujón. Los camioneros son las personas que más les ayudan y llevan hasta el sector conocido como Berlín. De ahí siguen hacia Bogotá o Medellín.

En Antioquia

En Puerto Boyacá les dan alimentos, les permiten asearse, les regalan ropa, los dejan dormir en las entradas de las casas cuando está lloviendo y esto lo agradecen de corazón.
Siguen hacia Puerto Berrío y muchos conductores los llevan hasta sitios cercanos. Algunos les dan dinero para que continúen el viaje, les indican por dónde seguir e incluso les recomiendan descansar en las noches, puesto que a ciertas horas el tráfico es poco.
Continúan con la aventura de futuro con muchos interrogantes en la cabeza. Con el dolor por dejar atrás tantas cosas, están en un país extraño, con una cultura diferente, comidas distintas, que debido al hambre que han aguantado en los últimos años, en algunos casos les cae pesada al estómago. Pero tienen la frente en alto y las ganas de seguir luchando para mejorar su calidad de vida.
Muchos de ellos tienen familiares que están asentados en algunas ciudades como Medellín y uno de los puntos para descansar, recobrar fuerzas y continuar con el viaje es la capital de la montaña.
Es quizá uno de los sitios para llegar; por esto toman la ruta de Antioquia. Otros tienen parientes en Bogotá o Cali y siguen por otras zonas del país.

Llegando a la ciudad

Gracias a la colaboración de los conductores, el viaje se hace menos pesado. Entre Puerto Berrío y Medellín hay 183 km y dos rutas. Pueden irse por Caracolí, Maceo, Yolombó, Cisneros, Barbosa, Girardota, Copacabana y llegan a Medellín. Es la carretera del norte y se demoran 3 horas y 42 minutos.
La otra ruta es por el oriente antioqueño: Porvenir, Puerto Nare, Puerto Boyacá, San Luis, San Francisco, Rionegro, Guarne, Bello y llegan a la ciudad. Este trayecto en bus dura cuatro horas. Sin embargo, los venezolanos pueden hacerlo en dos días, debido a que, esperan los empujones y a veces no consiguen quien los lleve, por lo que caminan hasta encontrar lugares seguros para pasar la noche.
Llegan a Medellín y en muchas ocasiones les toca pedir una moneda para llamar a sus parientes. Se acercan hasta un minutero y al escuchar la voz al otro lado del teléfono, lágrimas de felicidad corren por las mejillas.

El encuentro

Emotivos y llenos de afecto son los encuentros con familiares y amigos. Hablan por horas, se cuentan las historias y entonces les dicen que viven en el corregimiento de Santa Elena, Medellín, Antioquia, Colombia.
Aunque el viaje fue largo, están dispuestos a llegar hasta el lugar donde los acogerán mientras deciden qué hacer. Muchos no saben si continuar el camino o parar la marcha y construir entre todos nuevas formas de bienestar.
Muchos son los venezolanos que se encuentran en Santa Elena. Hay presencia de compatriotas del vecino país en El Plan, El Rosario, Barro Blanco, Piedra Gorda, la centralidad, se ayudan porque han vivido en carne propia el desarraigo y las largas caminatas para buscar futuro en otras ciudades.

Las acciones

Con el ánimo de conocerse, saber dónde viven, qué profesiones y oficios tienen, qué servicios pueden ofrecer a la comunidad del corregimiento y mirar la forma de legalizar su situación en Colombia y obtener el permiso temporal de permanencia o tarjeta PEP, convocaron al primer encuentro de venezolanos en Santa Elena.
Ese día llovió mucho y por tal razón llegaron apenas 100 venezolanos. Se inscribieron, dejaron sus datos, oficios, sitios donde viven, números de teléfono porque quieren legalizar su estadía, conformar grupos de trabajo que les permitan mejorar la calidad de vida.
Es de anotar que la mayoría comparte vivienda con familiares y amigos. Hay casas en donde viven de 15 a 20 personas de todas las edades, desde bebés hasta adultos. Todos trabajan en lo que pueden: venden dulces en el transporte público, ofrecen los billetes de su tierra a cambio de una moneda, hacen donas, dulces, otros son arquitectos e ingenieros que se vuelven albañiles, hacen recreaciones en fiestas infantiles o tocan su música, porque tienen que sobrevivir.
Una característica que reconoce la gran mayoría de los venezolanos que viven en Santa Elena es el apoyo de los moradores, la solidaridad y el buen trato que reciben. Afirman que el corregimiento es un oasis para ellos.

Fotos cortesía

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